¿Por qué es tan difícil comprender el daño que podemos causarle a alguien con el simple hecho de expandir chismes o rumores, sean ciertos o no? Con la era de la tecnología esto se ha vuelto una práctica constante para aquellas personas que creen que su vida es ejemplar y que sienten que tienen el derecho de hablar sobre la vida privada de las demás personas.
Ejemplos hay muchos: Apuntar a una persona porque no ha salido del closet, señalar al que es transformistas, burlarse del rol sexual, mofarse de alguien por intercambiar “nudes” en las redes sociales o simplemente por chingar. Y, ¿todo para qué? Para conseguir likes, atención, seguidores, satisfacción y diversión a costa de otros.
Si antes el difundir rumores quedaba solo dentro de un aislado y pequeño círculo social, ahora imaginemos una situación donde las redes sociales tienen un alcance enorme, la reputación de una persona pende de un hilo y se pone en tela de juicio de quien lo conoce y de quien no.
El hecho de tender información delicada o privada sobre una persona, no nos da el derecho a difundirla a diestra o siniestra por el simple hecho de querer indagar o saber más. Además, hay que tomar en cuenta del grave daño que podemos causarle no solo al afectado, también a quienes están a su alrededor.
Algunas personas quizá tenemos la capacidad o madurez para pasar de estos temas que, al final ni nos incumben, o que si nos toca ser criticados, podemos salir ilesos del vituperio, pero existen otras personas vulnerables que al verse envueltas en el ojo del huracán y del linchamiento público, –porque hoy en día por opinar, todos juzgamos– podemos orillarlas a vivir una serie de problemas personales y familiares, así como manchar su imagen. Esas personas pueden pasar por un enorme estrés emocional, angustia, ansiedad, depresión y falta de esperanza de que esto se pueda solucionar.
¿Qué tan vacía tiene que estar la vida de una persona para usar a otros por atención? Este tema en particular me recuerda a aquellas cuentas que crearon en Twitter para exhibir a usuarios que usaban Grindr y se les señalaba como “putas” regando sus fotos intimas en la red.
O de aquella ocasión en que alguien llegó a mí para decirme que un compaañer@ del trabajo era scort. Yo tuve que parar en seco confrontándolo con las siguientes preguntas: “¿Conozco a esa persona? ¿La conoces? ¿Es necesario que me vengas a contar un tema así sobre alguien que no conozco?” La cara de molestia de esa persona fue notable, pero solo así pude –al menos conmigo– cerrarle la puerta para expandir algo incómodo de escuchar y que a final de cuentas no afectaba a mi vida en ningún sentido y que era algo muy personal de otro individuo que sus razones tiene para serlo, o no.
Yo no soy nadie para decirte que hacer con tu vida, pero si para pedirte que recapacites antes de difundir un rumor.