La nueva aventura cinematográfica de Sam Mendes, “1917”, ofrece un plano secuencia brutal con una estructura teatral y una fotografía que son espectaculares. La narrativa te mantiene en suspenso con una gran carga emocional desde que inicia hasta que acaba la película.
Las cintas bélicas no son tanto de llamar mi atención, casi siempre terminan en el mismo cliché nacionalista y las que tienen que ver con la Primera o Segunda Guerra Mundial, aunque son emotivas, mantienen también una estructura muy similar en su manera de ser narradas.
Pero en “1917” la magia ocurre en sus aspectos técnicos, estos son los que le dan vida y una vertiginosa gama de emociones, claro, las actuaciones principales de George MacKay y Dean-Charles Chapman son bastante buenas, además de las apariciones especiales de los histriones que los rodean como Colin Firth, Benedict Cumberbatch y Andrew Scott, entre otros, pero aquí la protagonista en sí misma es la película, toda ella, su estética, su narrativa, sus colores, su ritmo, su escenografía, su fotografía, cada uno de estos aspectos están llenos de arte.
“1917” no es en su contexto creativo una película bélica, es una aventura al límite, que nos pone reflexivos sobre vivir el presente, a estar con los ojos abiertos y a entender la adrenalina de sobrevivir a lo que sea que nos enfrentemos, una paradoja muy ad hoc a los momentos en los que nos desarrollamos ya mismo.
La realización de esta película parte del interés que tiene el director sobre este momento de la historia del mundo, escuchó muchos testimonios y también hizo su propia investigación, además, claro, está el hecho de una anécdota que Sam Mendes escuchó de su abuelo, historia a la que le encontró un significado más allá del recuerdo que significó para su abuelo.
“La primera vez que entendí lo que era la guerra fue cuando mi abuelo me contó sus experiencias en la Primera Guerra Mundial. Esta película no es una historia acerca de mi abuelo, sino de su espíritu—todo por lo que estos hombres pasaron, los sacrificios, el significado de creer en algo más grande que la vida misma”.
En ese sentido, “Blake” (Chapman) y “Schofield” (MacKay) son el vínculo directo que los espectadores tenemos para sumergirnos en un plano secuencia que nunca nos da un respiro.
“Nuestros dos personajes principales son enviados a vivir una aventura peligrosa a través del territorio enemigo para entregar un mensaje vital y salvar a 1,600 soldados, y nuestra cámara nunca los abandona. Quería acompañarlos en cada paso y respirar cada aliento con estos jóvenes, y el director de fotografía Roger Deakins y yo discutimos el rodaje de ‘1917’ de la manera más profunda. Lo diseñamos para llevar a las audiencias lo más cerca posible de su experiencia. Este ha sido el trabajo más emocionante de mi carrera”, explica el director.
La aventura de una sola secuencia no es el único valor extraordinario que tiene la película, también su escenografía, hay un momento donde “Schofield” corre por su vida entre disparos y explosiones y estéticamente nos transportamos a un montaje en vivo, toda la estructura teatral está ahí con una gama de colores espectaculares, artísticamente es uno de los momentos más bellos del filme.
“1917” tiene 10 nominaciones al Oscar, incluidas mejor película y mejor director, se postula como la favorita para ganar la estatuilla.
La crítica expone que ganará el Oscar porque es el pretexto más contundente que tienen los integrantes de La Academia para darle un “estatequieto” a Netflix, quien ha estado presentando excelentes películas que también están nominadas, pero que su pecado es salir vía streaming.
La competencia más directa para “1917” sería “El Irlandés”, pero yo que ya vi las dos, me impacta más la primera que la segunda. En fin, vayan al cine y decidan ustedes qué película merecería el Oscar.