En este punto, hablar de literatura feminista moderna sin mencionar a la autora Chimamanda Ngozi Adichie resulta imposible y es que la escritora originaria de Nigeria ha logrado a través de una prosa limpia, interesante y virtuosa, traernos una probada de la sociedad nigeriana pero también a su vez un profundo e incómodo análisis sobre el carácter humano.
Para Chimamanda, según cuenta en su obra Todos deberíamos ser feministas (de la que hablaremos en otra entrega), el ser llamada feminista -contrario a lo que esperaban quie-nes la llamaban así- no ha sido un insulto sino una forma para definir su lucha por visibilizar las actitudes misóginas que la sociedad ha impuesto sobre las mujeres.
Sus novelas son un reflejo de la educación nigeriana que bien podrían estar situadas en cualquier parte del mundo ya que podemos encontrar que muchas actitudes machistas que describe en ellas, son propias también de México por ejemplo, por lo que nos ayuda a abrir el panorama de qué tan grande es el problema a nivel mundial.
“La flor púrpura” o “Purple Hibiscus”, es la primera novela escrita por Adichie, la historia gira alrededor de una familia donde el padre -un fanático religioso y rico- es la figura cen-tral y razón de ser del resto de los integrantes, ya sea por miedo, respeto o «cariño», un personaje altamente contradictorio y sádico alabado por el público y temido por su esposa e hijos.
En la historia, puede verse el terror con el que el personaje gobierna a los demás, un te-rror que se funde las 24 horas del día en la familia incluso cuando él no está presente y que refleja el estado peligroso en el que viven muchas esposas e hijos sin opción a salir de él por temor a la reacción del esposo y padre o porque éste es una figura «respetable» ante la sociedad y por lo tanto, muy pocas personas dan credibilidad al maltrato que las víctimas relatan porque «es una buena persona ¿cómo podría hacer algo así si lo vemos a diario en misa o le da dinero a los que más lo necesitan?»
Por otro lado también muestra el peso invisible que la masculinidad ejerce sobre el padre, que a su vez, desea transmitir a su hijo sin lograrlo completamente y que termina por aca-bar con su esencia a raíz de un evento inesperado y violento.
La lectura ofrece una amplia perspectiva sobre la violencia intrafamiliar y el efecto que ésta tiene sobre las víctimas y el victimario, además de darnos el punto de vista desde fuera, conociendo a personajes que si bien saben que los actos del padre están mal, no hacen nada por remediarlo, refugiándose en el viejo dicho de «la ropa sucia se lava en casa» y permitiendo que las injusticias sigan cometiéndose.
Aunque nos gustaría pensar que este tipo de historias ya no suceden en este siglo, lo cierto es que están más fuertes que nunca y lo peor es que como sociedad, seguimos condonando este tipo de comportamientos y protegiendo al agresor por encima de la víc-tima y es que somos muy dados a juzgar desde nuestra perspectiva y nuestra perspectiva sola «yo he sido amigx de esta persona tanto tiempo y nunca haría algo así» usamos co-mo defensa cuando un hombre conocido es acusado de algo, tomamos partido basándo-nos en el comportamiento que tienen con nosotros sin fijarnos en cómo son con los de-más así como también ignoramos que no se puede meter las manos al fuego por nadie; cierto, alguien puede ser muy amable contigo, pero no por eso, va a serlo con los demás.
Y es justamente esa parte la que Chimamanda nos muestra en Purple Hibiscus: si bien el personaje agresor es consciente de que se excede hasta un punto sádico en sus castigos, sus hijos no logran reconocer que están viviendo en un ambiente de abuso y su esposa, aunque está al tanto de que no es feliz, no encuentra el punto para interceder o denunciar debido a que «¿qué hará sin un esposo?» y es en este momento que el poder de la negación social hace su magia: su esposa cae al hospital repetidas veces debido a las golpizas, pierde bebés constantemente por la misma razón ¿qué hacen los doctores? Callan debido a que se trata de un hombre poderoso, un hombre «ejemplar» ¿qué hace la sociedad? Le dice a la mujer «lo afortunada que es de que a pesar de que no puede lograr llegar a término en sus embarazos, de que su esposo siga con ella» ¿Es algo diferente a la realidad?
Dejemos de defender agresores, de revictimizar a las víctimas pidiéndoles nos «demues-tren» que están diciendo la verdad, no tienen porqué demostrarnos nada. Practiquemos la empatía, la solidaridad y sobre todo, la amabilidad, especialmente en estos días en que el encierro se vuelve una pesadilla para quienes tienen que vivir con el enemigo y se enfrentan al escarnio social del «no te creo».
Digamos juntxs, digamos siempre: sí te creo y que sea la justicia la que determine el por-venir de las acusaciones y en caso de que no se encuentre consuelo en la ley, gritar más fuerte: SÍ TE CREO.
Lee:
“La flor púrpura”. Chimamanda Ngozi Adichie. Literatura Random House