Su falda está hecha de tres vestidos que encontró al azar en su andar por las calles cercanas a la Calzada Independencia. Al entablar una conversación con ella, su lucidez se esfuma y habla cosas que tienen sentido solo para ella.
Sin embargo, responde con una sonrisa las miradas de los transeúntes que se clavan en su atuendo multicolor. Carga con dos muñecas que representan solo una parte de sus siete hijos.Colgados en su cintura, lleva un par de zapatos de futbol marca Nike y bebe su botella de Tonayan helada porque para ella, sabe mejor así.
Los colores de su indumentaria se mezclan con las tonalidades de las calles aledañas a la Calzada, una frontera dentro de Guadalajara, en donde se cruzan distintas expresiones, fenómenos sociales y que carga con el estigma de ser una cicatriz urbana que divide a “los de la calzada para allá” de “los de la calzada para acá”.