Antes no me gusta verme frente al espejo, ni en fotos. Y miren que es decir mucho, porque se me da muy bien ser inventada. No estaba en paz con mi cuerpo, sigo librando la batalla, seguro que como tú también.
Pero este es el cuerpo que el universo me dio y el que he construido yo para bien o para mal; con él me voy a morir, pero antes, con él pasaré los mejores y peores días de mi vida. Así que lo quiero y lo acepto.
Ya comprendí que mi belleza va más allá de lo que socialmente me hicieron creer o que yo había entendido.
La belleza que yo veo en mí, generalmente le pasa desapercibida al que me gustó en el antro, en el tren, o en el café, y está bien, a todos nos pasa, estamos más metidos en nuestros pedos que en lo que nos puede cautivar alrededor, por eso creo que el amor más inesperado es el más genuino. ¡Hay que estar alerta!
Me frustraba no tener la estética “heteronormada”, a lo que los hombres de mi comunidad homosexual aspiran entre ellos. Pero luego abrí los ojos y miré la belleza de otros… la de los calvos, la de los panzones, la de los morenos, la de los afeminados, la de los cuarentones, la de los maduros que no pierden la chispa de la sexualidad y me erotizó tanta diversidad en la misma diversidad.
La frase es un cliché, pero es verdad, “somos únicos e irrepetibles”.
Tener un pene de 15 o 20 centímetros no te válida como hombre categoría A, lo que te valida es la empatía que generas con el otro al ser tú mismo.
