Un poco de drama…
Si algo he aprendido es disfrutar de las turbulencias de la vida. Llega un momento en el que aceptas sonriente que no todo lo que te propones se logrará por arte de magia aunque pongas tu mayor empeño, en especial si se trata de cuestiones de dinero y amores complejos.
Seguramente alguna vez nos hemos quejado del sufrimiento ajeno, consideramos que los problemas del otro no son tan difíciles y con un apretón de tuercas las cosas se solucionan, porque a diferencia de uno -y desde nuestra perspectiva- nuestros problemas sí son de gravedad y merecemos el premio al mejor sufrido del mundo, ni Pedro Infante con su estremecedor grito “Toooooorito” sufrió tanto como nosotros.
Ahora estamos más orillados a ser felices cueste lo que cueste y poco nos permitimos mirar con detenimiento qué estamos haciendo y si eso realmente nos hace felices o por qué nos sentimos tan frustrados si tenemos lo necesario y un poco más para vivir bien. No hay razones para creer que nos lleva el diablo a primera vista.
Victimizarse por voluntad propia no está mal siempre y cuando no nos estacionemos constantemente ahí, todo en extremo es malo, pero también regodearnos de que las cosas van de maravilla cuando sabemos perfectamente que no es así también puede ser un tropezón que a la larga realmente nos destruya nuestro castillito de papel.
Alguien me dijo una vez que quizá esa pequeña frustración que sentimos es el inicio de ansiedad, depresión o simplemente ganas de llamar la atención, pero también tenemos derecho a ser infelices por un momento. Enfrentar la desesperación puede ser un ejercicio de sanación digno para tomar más fuerza y ahora sí echarle ganitas a lo que nos interesa.
Sentirse infeliz –en el menor de los extremos- es un derecho que debemos saber cómo ejercer y manejar sin tampoco ir amargando la vida de los demás y ver enemigos imaginarios donde no los hay.
¿Por qué estás triste si tienes una pareja maravillosa, si tienes un trabajo que te permite ciertos lujos, si tienes un auto que te lleva a todas partes, porqué estás de malas si tienes donde vivir, si diario te atragantas con tu comida favorita y carísima, por cierto?
Hay ocasiones que no tenemos respuesta y solo queremos que las cosas pasen y ya, sin hacer el mínimo esfuerzo de introspección. Creo que lo correcto es decir no sé porque me siento tan mal y no tratar de encontrar excusas efímeras o esperar a que alguien nos dé la razón o al menos 100 mil pesos para compensar nuestro declive emocional. Esas cosas no pasan.
Claro que hay una realidad muy fuerte en cuanto a la depresión y situaciones que requieren de un verdadero especialista si consideramos que nuestra vida no tiene rumbo, pero fortalecer nuestras emociones dándonos un bajón de vez en cuando no está mal si sabemos que es algo temporal en el que sabemos en qué momento levantar otra vez la mirada –calculadora, elegante e inalcanzable- como la mismísima María Félix y salir a conquistar al mundo otra vez.
Esa infelicidad voluntaria puede manifestarse de muchas formas, querer terminar tu relación, renunciar a tu trabajo, llorar a la menor provocación, salir y odiar hasta al que está vendiendo lonches en la esquina, pelearte con tus papás y hermanos, estar de malas todo el tiempo, pero siempre estar conscientes de que hay otra cosa que nos mueve, que nos sigue llenando de alegría y que nos emociona invasivamente.
Ser feliz tampoco es una obligación. Conozco gente que pareciera ni estar triste ni estar feliz, simplemente van al día, sufriendo cuando tienen y quieren sufrir y enamorándose de lo que se tengan que enamorar y listo, sin dramas, ni gritos y abrazos en exceso y eso les funciona, llevan una vida tranquila sin engancharse de lo que no les corresponde.
Pero existimos otras personas que hasta nos mentalizamos para ir directo al caos, pensamos y pensamos cosas sin dar solución –o la evitamos también-, nos presionamos en tratar de complacer los estándares ajenos para que nos vean felices, para evitarnos peleas, para aguantar un día más en el trabajo, para que no piensen que estamos deprimidos y con la soga al cuello.
Sentirnos infelices por voluntad propia nos puede ayudar a poner las cartas sobre la mesa y estructurar nuestro propio tarot, visualizar un poco el futuro que nos depara si seguimos fingiendo que algo está bien cuando no lo está, pero también tenemos esa magnífica posibilidad de analizar si a esa carta –persona o situación- ya es momento de hacerla a un lado, de romper de una vez por todas y correr sin mirar atrás.
Lo que elijas está bien siempre y cuando estés consciente de que ese sentimiento momentáneo de infelicidad te servirá para afilar tus colmillos y despertar del hartazgo, pero eso sí, hay que contarle a alguien nuestro sufrimiento por si las cosas se salen de control tenga lista la camisa de fuerza y nos controle antes de descarrilarnos de nuestro trenecito llamado vida y ahora sí empecemos con problemas severos de depresión que nos cueste trabajo distinguir.
Ilustración de @jaimejohnston7