La filmografía de Pedro Almodóvar es fulgurante, melodramática y teatral, tiene un encanto que irradia a otros creativos que han querido acercarse a su atmósfera fílmica, pero nadie como él para paralizarnos las entrañas. Acudí a Cineforo, sala de la Cineteca FICG para ver su reciente proyecto “La voz humana”, un mediometraje de 30 minutos de duración cuya protagonista es Tilda Swinton.
La sinergia creativa de la actriz con el director español es más que tentadora y después de varios meses de espera, era más que apremiante ver la película, la cual está en exclusiva en la Cineteca, para que armen su plan este fin de semana.
Tilda Swinton es una estrella en toda la extensión de la palabra, su cuerpo, su mente y su espíritu son arte, cualquier proyecto en el que esté, sea comercial, experimental o de autor, es garantía. Además, a través de su quehacer artístico abona en los discursos de empoderamiento, libertad y diversidad sexual, es una DIOSA en pocas palabras.
En “La voz humana”, el primer proyecto en inglés de Almodóvar, interpreta a una mujer que vive el duelo de una relación finiquitada, si bien podemos comprender a través de una llamada que sostiene con su amante, que él ha asimilado el término del idilio, para ella el proceso es distinto, está atravesando un duelo de amor y odio que nos eriza la piel mientras va alargando la conversación que él quiere terminar, pero que ella no, porque todavía le queda mucho por decir.
La narrativa es desarrollada como un monólogo, si bien aparecen otros personajes, como un perro que no entiende qué pasó con la relación de sus humanos, y un vendedor al que esta mujer le compra un hacha, todo el peso dramático recae en ella. La atmósfera es un set teatral, la escenografía funciona como el espacio donde ella vive su proceso, donde hay que aclarar, no es el hecho de sentirse mal por una persona, más bien es el hecho de ya no acceder al deseo que se generaba cuando estaban juntas.
Hay un contraste muy interesante entre la escenografía de la película, que utiliza colores vivos y que se desenvuelve en una estética muy avant-garde –sello característico del director–, el vestuario que utiliza Tilda: pulcro, frío y minimalista, en contraposición con sus emociones, que manejan además cierto grado de contención.
La historia va creciendo minuto a minuto, pero en mi particular punto de vista no hay punto de quiebre como lo esperaba, sentí que necesitaba ver al melodrama en su máxima expresión, ver a Tilda corroerse, sin miedo a atentar contra la moral, algo más físico, vamos. Sin embargo, percibo que justo este arco dramático se queda en la voz humana, en las palabras, en la fuerza con las que las dice y el significado que les da.
Y lo siento, tengo que decirlo, pero ese majestuoso vestido que usa Tilda en el póster y al inicio de la película, tiene muy poco protagonismo para la tremenda pieza que es, era para que se incendiara, o se lo quitara con tal desesperación, que no nos quedara más remedio a los espectadores que sucumbir ante el hecho, y no que solo fungiera como estrategia comercial.
Sin embargo, el mediometraje como tal, es una pieza de arte que cualquier coleccionista de Almodóvar debe tener.