Hoy es lunes 10 de diciembre y estoy escribiendo desde mi nuevo hogar, el departamento que compré hace tres meses. Ayer domingo (9 de diciembre) dormí por primera vez en el que ya es mi espacio vital y no pude más que llorar por varios minutos, sí, de emoción, pero también de dejar atrás muchas otras cosas, por ejemplo, el miedo de atreverme a ser adulto, digo, ya lo soy desde hace mucho tiempo, pero hablo de una cuestión interna, de madurar, de crecer, parece que voy en la dirección correcta.
Ayer domingo mientras guardaba mi ropa y mis objetos más preciados en bolsas negras y maletas, iba recordando de todos los pedacitos de los que estoy hecho, de cosas con las que ya no me vine a vivir mi nueva etapa de vida, me desprendí de artículos y memorias que me acompañaron durante este tiempo, pero que hay que deja ir. Una mudanza va más allá de llevarte lo que te pertenece físicamente, también hay que dejar circular el aire, cerrar ciclos y recomenzar.
Estoy convencido que migrar es una cuestión natural en el ser humano, aunque vivamos en el mismo país y con la misma gente, uno siempre está en constante movimiento, se va, se aleja, regresa… pero el ciclo siempre está presente. No sé qué me depara mi nuevo hogar y cómo será la relación con quiénes conviviré –los vecinos– de lo que estoy cierto es que tengo muchas ganas de proclamar mi independencia.
Como acto simbólico pinté mi casa de rosa, por mi represión en la adolescencia y por los que no pueden ser ellos mismos en este momento. Y es que en mi casa las reglas las pongo yo y se siente muy bien, no es que la autoridad sea un deseo perverso, pero es mi emancipación, un diminuto espacio del universo me pertenece y quiero decorarlo y vivirlo de la manera más bella y cómoda para mí.
Mi casa rosa también la pintó mi hermano y se lo estaré eternamente agradecido, porque tal acción va más allá de la ayuda, el apoyo y del cansancio físico, es una manifestación de amor incondicional.
Mi mamá vive conmigo, estamos en una etapa de conocernos más allá de ser madre e hijo. Ella también está viviendo su propio proceso como una mujer independiente después de tantos años de haber estado casada con mi papá, los mismos que tengo yo de edad –33– y parece que por fin está gozándose ser ella misma sin rendirle cuentas a los demás.
Hoy lunes –10 de diciembre– me desperté muy temprano para apreciar el amanecer desde el piso tres en el que me encuentro y me preparé café con una hermosa tetera que me esperó varios años desde que la compré y me gocé mucho el momento. Mi casa, es tu casa.