La cinta “Nuevo orden” de Michel Franco, premiada en Venecia con el León de Plata, es un proyecto fílmico con un discurso fallido donde permea el clasismo disfrazado de hazaña de “Robin Hood”.
Antes de pasar a lo polémico, hay que decir que la manufactura de la película protagonizada por Diego Boneta, Mónica del Carmen, Darío Yazbek, Naian González Norvind y Fernando Cuautle, tiene una manufactura muy buena, la edición y los efectos especiales no le piden nada a los contenidos internacionales, se nota la calidad en todos los detalles del proyecto.
Sin embargo, donde falla es en el mensaje, el cual pretende ser una cosa y termina siendo otra. Como espectador estuve enojado la primera parte de la cinta, porque lo que veía es ese miedo infundado que ha trascendido generacionalmente, donde los ricos y privilegiados tienen la desconfianza de que un día los menos afortunados social y económicamente nos levantemos en armas y cobremos una revancha.
Venganza que ha estado malentendida desde siempre, nadie en su sano juicio quiere volverse un asesino y atentar contra otro ser humano, lo que se exige y se pide es respeto e igualdad. Derechos humanos para todos y vivir en equilibrio.
Y lo que vemos en escena es grupos de gente morena sin identidad, casi como monstruos, interrumpiendo una reunión nupcial donde entonces la empleada de servicio se siente extasiada por ponerse las joyas de la patrona, que cegada por su ambición, está dispuesta a todo, cuando en realidad, la gente blanca también tiene esos sentimientos, incluso tienen los mejores puestos en la política y los negocios, la historia contemporánea que tiene este país me da la razón.
No voy a mentir, la manera en la que desarrolla la trama el director, engancha, porque recurre a la compasión y empatía que nos obliga a sentir como espectadores, porque sí, están sometiendo a la gente, mueren varias personas, entre ellas la dueña de la casa y su nuera que está embarazada y a otros más los están secuestrando y torturando, claro que nos vamos a sentir mal de lo que está pasando, porque nadie –en su sano juicio– queremos que alguien sufra una situación así.
Las actuaciones de Mónica del Carmen y Fernando Cuautle son excepcionales, ambos tienen pocos diálogos, pero su trabajo resalta desde las expresiones y la contención con la que se mueven, son una madre e hijo víctimas de las circunstancias. Si el director, tal vez hubiera desarrollado su historia desde esa perspectiva, desde la mirada de estos dos personajes, otra cosa hubiera sido.
Cuando el clímax llega, se replantea otro horizonte, donde el “nuevo orden” del que se avisa y se pone en marcha, es en realidad una ejecución del gobierno corrupto y el crimen organizado. Entonces, ese México distópico que retrata el director, sí tiene que ver con lo que vivimos hoy en día, pero parece ser ya muy tarde, porque el clasismo de la primera hora nubló todo lo que prosiguió y esta nueva vía solo se tomó como el cierre de la película.
Además, en las escenas predominan los tonos verdes y morados, no sé si es una provocación a los movimientos feministas y tomar estos recursos como algo negativo, cuando sabemos que estos colores representan la revolución de las mujeres que están peleando dignamente porque no las asesinen.