¿Cuál es la sensación que se tiene cuando te avisan en el colegio, que a tu hijo en su primer día de clases, dos de sus compañeros le dieron una cordial y calurosa bienvenida que incluía una buena dosis de patadas?
Por supuesto que una gran molestia, frustración, e impotencia, con ganas de ir a darle una sacudidita al agresor y de paso a su mamá.
Definitivamente en la escuela no te van a decir lo que sucedió y mucho menos quién fue el que lo ha violentado a menos de que las cosas hayan pasado a mayores.
Seguramente esa sería mi reacción, pero no lo sé con certeza, lo que sí sé, es cuál fue mi sentir y mi actuar después de recibir la noticia de que mi pequeño hijo de 3 años que cursa el primer grado de preescolar junto a un compañerito habían pateado a un niño a la hora del recreo. Así es, mi hijo fue el que agredió en esta ocasión.
Recuerdo en primer lugar sentir mucha pena, algo de angustia y mientras me narraban lo ocurrido no dejaba de imaginar aquella escena con protagonistas tan pequeñitos, un niño tirado en el suelo gritando –“¡respétenme!”– y dos charlatanes dando de patadas.
Eso fue desgarrador, no sé si fue como me lo imaginé, pero el hecho es que paso y que después de mi gran molestia –que duró algunos días– supe desde aquel momento que eso no lo iba a dejar pasar, que eso no estaba permitido y que tenía que encontrar la manera de hablar con mi pequeño para sensibilizarlo sobre esas circunstancias.
La charla con mi hijo fue larga e insistente. Y aunque él quería evadir el momento, estaba siendo consciente que su actuar fue inapropiado, se sintió apenado y mantenía la cabeza baja y obtuvo consecuencias por sus acciones.
Lo siguiente fue que se encendieron las alarmas y llegué a pensar: “¿qué cosas estoy haciendo mal para que mi hijo tenga este comportamiento?” Pero después me he quedado más tranquila sabiendo que fue la primera vez, que ha entendido que su comportamiento lastimó a alguien y lo puso triste, que no ha vuelto a pasar y que mis ojos están siempre sobre él insistiendo en que debemos ser amables con los demás.
Pero la experiencia que más ruido me hace de esto es el juicio que puede uno hacer hacia los niños y sus padres por algún comportamiento en particular, las críticas y los rumores entre otras cosas, pero no nos damos cuenta que somos humanos y nos puede tocar estar del otro lado y ser a quien le toquen dar las explicaciones y las disculpas, que recordemos siempre que actuar con imparcialidad y mejor aún ofrecer tu ayuda si es posible, será una acción que enseña con el buen ejemplo a nuestros hijos.