La siguiente historia forma parte de la convocatoria #Sarao2020 convocada por Robsmx en alianza con Codise AC, Guadalajara Pride, Puro Mole y Rosa Distrito. El objetivo de la convocatoria es impulsar la escritura de historias LGBTIQ+ del país. Como resultado se creó un libro digital con 17 historias que puedes descargar gratuitamente en www.librosarao.com. Con el objetivo de seguir dando visibilidad a las historias que recibimos, las estaremos publicando semanalmente para que las puedan disfrutar tanto como nosotros. ¡Disfruta esta historia y compártela con el hashtag #Sarao2020!
Arcoíris
Por: Álex Cruz
Estaba estresado y ansioso, la única persona en mi casa que sabía dónde estaría ese sábado era mi hermana menor, de 17 años, no había dudado en contarle nada, porque al final de cuentas, ella había sido la primera persona de la familia con la que había salido del closet, y con tan solo 15 años, lo había tomado de la mejor manera posible. Le pedí su opinión, ella tenía menos tabúes que yo a esa edad, sin cuestionarlo me instó a que asistiera y dejara de preocuparme tanto, prácticamente me estaba regañando.
Había hablado con algunos amigos y amigas para que me acompañaran, pero nadie podía, eso hacía que me motivara menos para asistir. Las personas encargadas de organizar las marchas LGBTTTIQ+ siempre se esfuerzan para hacer los eventos los sábados y, aun así, debía ir sin mis amigos porque todos tenían cosas que hacer.
Todos a excepción de Alberto. Me habló para decirme que iríamos juntos, me llevaba años de ventaja fuera del closet, habíamos asistido juntos a la preparatoria y ya para ese entonces teníamos siete años de amistad. Estuvo conmigo en todo mi proceso para salir del closet y se lo había agradecido desde el primer día que pude decirlo en voz alta. Año tras año me invitaba a ir con él. Al principio me negaba porque no sentía que fuera lo mío, después me di cuenta que me negaba porque tenía mucho miedo de estar ahí.
Le confesé que sentía mucho temor, vivía en una ciudad de México conocida por ser peligrosa y llena de narcocultura, me aterraba la idea de exponerme abiertamente allá afuera sabiendo que mucha de la gente que me rodeaba estaba influenciada por esa cultura, sin mencionar la misoginia, sexismo, racismo, homofobia, todo lo que, desgraciadamente, abunda en el país.
Alberto me dijo que estando ahí me sentiría mejor, no le creí del todo, pero deseé con todas mis fuerzas que así fuera. Alisté mis cosas. Había comprado una bandera arcoíris unos días antes, estaba muy emocionado por asistir al mismo tiempo que moría de miedo. Tenía 22 años tratando de no ser muy extrovertido o de no llamar mucho la atención para no estar expuesto, pero comenzaba a sentir que estaba viviendo a medias, si es que se le podía considerar vivir a estar privandome de ser quien era en realidad.
Me vestí con la ropa que consideraba más apropiada para un desfile de la diversidad, cuando salí de casa mi hermana me pidió que me cuidara mucho. Sabía que dentro de toda su buena intención y sus palabras para motivarme a ir, también sentía miedo y preocupación de que algo me pasara, sabíamos dónde vivíamos y los riesgos que corríamos.
Mi amigo y yo llegamos temprano al lugar del evento, había muchos adornos, banderas de arcoíris y de otros colores que Alberto tuvo que explicarme, caminamos un rato y platicamos. Dijo que me dejara llevar y que disfrutara el momento. Recordé entonces la frase que dice “prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, porque era tan real en ese momento, y podrá parecer exagerado, pero por eso nos matan, ¿no?, por ser gay, bi, trans, lesbiana, pansexual, queer, travesti o cualquier letra del acrónimo. Por mucho que se esforzaran por una igualdad de derechos y de respeto y tolerancia, simplemente parecía muy lejos de conseguirse.
Pensé en mis padres, seguro mi mamá se moriría de saber que estaba a punto de participar en una marcha “de esas”, como las llamaban en mi familia. Y, por otro lado, mi papá se negaba rotundamente a hablar del tema. Nunca lo mencionaba y ya comenzaba a convencerse a sí mismo de que no había nada de qué hablar.
Al lugar llegó otro amigo, Gerardo, habíamos crecido juntos prácticamente en todo esto de la autoaceptación y me agradaba la idea de estar ahí con él y Alberto.
Como vivía en una provincia, era evidente que iba a estar expuesto a toda la ciudad, y hablar de la ciudad es hablar de amigos de amigos, realmente no estás muy alejado de la gente que te topas en los alrededores. Dentro de la marcha había mucha gente que conocía, hombres y mujeres.
De repente el desfile estaba a punto de comenzar. Izamos nuestras banderas y nos adentramos entre la multitud. Alberto, Gerardo y yo nos juntamos para marchar y poco a poco fuimos haciendo un grupo más grande con gente que se unía a nosotros. Se sentía como estar con amigos de toda la vida a pesar de que algunos eran amigos de Alberto y no míos, o de Gerardo, todos nos unimos por la misma razón, y fue entonces cuando dejé de sentirlo, el miedo se esfumó. Le tomé la palabra a Alberto y me dejé llevar. De un momento a otro me di cuenta de que ese sentimiento que había tenido toda mi vida, o al menos antes de salir del closet con mi mejor amigo, ese sentimiento de estar solo, de sentir que no encajaba, que no pertenecía, que era diferente, se fue, desapareció. Miré a mi alrededor, gente como yo, gente diferente a mí, pero todos con el mismo deseo de demostrar que estamos aquí, que existimos, que no queremos que se nos maltrate ni a nosotros mismos ni a nadie de nuestra gente. Que queremos vivir igual que todos, ser felices y hacer lo que queramos para vivir en plenitud.
Sabía que si algo pasaba, si alguien me agredía a mí o a cualquier otra persona que estaba entre nosotros, no sería una persona la que saltaría a defender, serían cientos de personas llenas del mismo coraje de las injusticias, de las agresiones, de los desdenes, de las desigualdades. Me sentí seguro.
Por primera vez en toda mi vida sentí que podía ser yo mismo. La libertad no es algo que se consigue todos los días, y es algo que no puedes comprar. Ese día me sentí libre. Fui libre. Miré a muchas drag queens bailando y vogueando. Todos alrededor vitoreamos y aplaudimos. Me sentía muy feliz. Saqué mi celular y le mandé un mensaje a mi hermana: Ya no te preocupes, aquí nadie me rechaza, la estoy pasando muy bien.
Abracé a mis amigos, les di las gracias por estar ahí conmigo, en especial a Alberto, el mejor amigo que alguien puede tener y quien estuvo insistiendo en repetidas ocasiones para que lo acompañara. Si hubiera sabido que me sentiría así, no lo hubiera dudado el primer año que me invitó.
Después de marchar nos detuvimos en el ágora de un centro de arte. Nos sentamos en unas gradas y hubo presentaciones de todo tipo: gente cantando, bailando, haciendo shows, drag queens haciendo lipsync. No podía con tanta emoción. La gente aplaudía. Todos vestían con ropa muy colorida y tenían sus rostros llenos de brillo.
No todo era felicidad, tuvimos un momento de nostalgia y tristeza. La mamá de una víctima de crimen de odio se paró en medio del escenario para decir unas palabras. Le habían matado a su hijo por gay. Recuerdo que se le quebraba la voz y a todos los que la escuchábamos se nos inundaban los ojos con lágrimas de tristeza y de coraje. Habíamos perdido a uno de nosotros solo porque respetaba y era fiel a su esencia y su sentir. Nos pidió que no nos reprimiéramos, que fuéramos felices y lográramos todo lo que deseábamos ser en nuestras vidas, que lo hiciéramos por ella y por su hijo, porque su hijo ya no podía. Pensé, entonces, que seguro muchas mamás y papás que nos rechazan y nos arrojan a las calles, preferirían vernos felices con nuestras cosas “raras” y siendo quienes somos, en lugar de ser víctimas de estas personas llenas de ignorancia. Tristemente en estos casos no hay segundas oportunidades.
Antes de despedirse, la señora se bajó del escenario y abrazó a algunos cuantos. Dijo que cada uno de nosotros le recordaba algo de su hijo. Aseguró que cuando mirara a alguno de nosotros en la calle sonreiría al saber que seguimos aquí.
Tantos comentarios había escuchado sobre cómo las marchas de la diversidad eran un centro de degenere que solo se prestaba para actos sexuales o para exhibirse de manera provocativa; solo comentarios negativos de gente que seguramente se dejaba llevar por lo que veía en los medios o lo que su esencia homófoba les permitía ver. Para mí, esa experiencia había sido un parteaguas. Me hizo recordar que solo tenemos una vida, una oportunidad de hacerlo bien, de ser felices.
Decidí ya no preocuparme por llamar la atención o que me consideraran extrovertido. Sabía dentro de mí que no le estaba haciendo mal a nadie, al contrario, me estaba haciendo bien a mí y a las personas que me rodeaban. Las personas felices comparten felicidad.
Después de ahí nos fuimos a un bar gay, estaba lleno, había gente por todas partes, la música sonaba fuerte, todos y todas bailaban sin importarles nada más. Todos los que nos habíamos unido en la marcha nos volvimos a juntar en la pista de baile. Ana, una de las chicas que habíamos conocido ahí, sacó una tira de stickers con brillos, nos puso en las mejillas y bailamos como el resto. Fue algo increíble.
Recuerdo que sonó Ray of light, de Madonna. ¿Había alguna manera de sentirte más LGBTTTIQ+? Bailamos toda la noche. Teníamos esa noche para nosotros. Lo disfruté mucho. Puedo asegurar que esa experiencia está dentro de las mejores cinco de todas las que he vivido a lo largo de mis 25 años. No tengo otra manera de contar mi historia más que como algo liberador y motivador. Un recordatorio de que la vida pasa y no se detiene. Que cuando menos piense, seguro me arrepentiré más de las cosas que no hice que de las cosas que sí.
Un recordatorio para ya no quedarme callado nunca, para alzar la voz por mí y por el “hijo de la señora que habló en la marcha”. Porque él, como muchos otros y otras, ya no puede quejarse ni alzar la voz cuando estamos siendo víctimas del rechazo y la ignorancia.
Esa noche dormí en casa de Alberto, su mamá era más abierta que la mía, le di las gracias a ambos antes de dormir; a su mamá por aceptarnos sin darle tantas vueltas a lo que somos, y a Alberto por sacarme del lugar oscuro donde estaba y adentrarme en el mundo del arcoíris.
A la mañana siguiente, una vez que llegué a casa, le conté todo a mi hermana. Todo. Nos reímos, lloramos, nos abrazamos y acordamos nunca dejar que nadie nos impidiera ser quienes somos.
Después de todo eso decidí tomar la batuta y meterme en el mundo del activismo. Nos quejamos mucho de muchas cosas, pero algunos hacemos poco. Comencé a asistir a más eventos que tuvieran que ver con la diversidad, a tomar la responsabilidad de las cosas que hago o digo. Además, y algo muy importante, me tomé el tiempo de conocer la historia, de saber que la marcha a la que yo asistí no nació de la noche a la mañana, y que los sentimientos que yo sentí se los debía a muchas otras personas que se habían levantado a luchar por nuestros derechos y nuestra libertad. Entendí que, así como ellos, inconsciente o conscientemente hicieron algo por mí y por mis amigos, yo debía hacer algo también por las próximas generaciones. Ayudarles a que, de algún modo, sus vidas sean menos complicadas que las generaciones anteriores. Y mantenerme con fe y esperanza de estar haciendo las cosas lo mejor que puedo todos los días.
Con cariño, Álex Cruz.