Con el estreno de “Ya no estoy aquí” (YNEA) del director Fernando Frías, a través de Netflix, recordé mucho de mi niñez gracias a Control Machete y no precisamente es que estos raperos regiomontanos hagan cumbia, pero sí en la canción “Las fabulosas I” (del disco “Mucho barato”), su intro apela justamente a una especie de cumbia, quizá no tan rebajada como la que se muestra en este filme protagonizado por el no actor (de formación profesional), pero ahora sí actor y joven promesa, Juan Daniel García.
“Ya no estoy aquí” ha dado mucho de qué hablar, bueno, malo, elogios y otros que de plano no han escuchado hablar de esta historia situada en Monterrey, y que muestra otras realidades a los clichés que se han hecho de la sociedad regiomontana, en especial, aquellos prejuicios que niegan que en Monterrey existe la pobreza y sectores vulnerables.
“Ya no estoy aquí” no es una historia convencional, es un filme que apuesta por presentar parte del México profundo, se adentra a las entrañas de los barrios, a personajes con claroscuros que no son villanos ni se aferran a un altar moral. No es una historia con final feliz y quizá eso es lo que ha disgustado.
Antes de ver la película había leído promocionales que destacaban los aplausos que el filme tuvo en diversos festivales como el de Morelia y El Cairo, y que su protagonista Juan Daniel García obtuvo el premio “Golden Pyramid Award” por su actuación, por dar vida a “Ulises”, cabeza del pequeño grupo barrial “Los Terkos”, apasionados por las cumbias rebajadas, un estilo sonoro que retoma vallenatos y cumbias colombianas, principalmente, reproducidas intencionalmente más lentas por el simple gusto de “alargar” su duración y tener un “no sé qué” que las hace más melancólicas y a la par bailables, y que han dado paso a la cultura “kolombiana”, en este caso originaria de Monterrey.
Conforme aparecen los personajes, “Ya no estoy aquí” explora distintos panoramas, quitando prejuicios de golpe y de una manera magistral justamente sobre los conceptos erróneos que tenemos sobre quién es un “cholo”, y ahí dejan claro que ellos no lo son, y que pese a que “Los Terkos” no son una pandilla, poco a poco se ven envueltos e impactados por el narcotráfico, la violencia y conflictos con otras pandillas de más peso.
“Ulises” se ve obligado a irse de su ciudad para evitar que su familia sea agredida, y es justo aquí donde topamos con esa historia diferente. La historia nos muestra otra cara de la migración, de que no todos los que se van y tienen la oportunidad de llegar “a un mejor país” tienen la posibilidad de triunfar y ser un mexicano o latino más con una historia de éxito y superación.
Leía críticas sobre la pobreza de los diálogos y aquí aparece otra joya, justamente se respeta cómo un personaje como “Ulises” habla y se expresa en su día a día, y cómo afronta el llegar a un lugar en el que no hablan su idioma y cómo pese a esto siempre hay gente dispuesta a ayudarte, de cómo la música es un lenguaje universal sea clásica o sea una cumbia rebajada.
Quizá sea un gusto personal, pero si algo me llamó la atención es que no se recurren a escenas violentas o desgarradoras que aseguren que el espectador entrara en llanto, sin embargo, hay momentos significativos y silenciosos que te hacen un nudo en la garganta cuando entiendes que justo ahí el personaje tiene que despojarse un poco de su identidad, de su forma de vestir, por el simple afán de sobrevivir.
Entre esa confusión de considerar que personajes como “Ulises” ejemplifican lo que es un “cholo” y los prejuicios que tenemos hacia las culturas y estilos urbanos y profundos, he visto quienes dicen que si de pandillas y cholos queremos aprender hay que ver “Sangre por sangre”, un clásico también bastante emotivo y divertido de 1993, dirigido por Taylor Hackford, pero esa es harina de otro costal.
“Ya no estoy aquí” tiene muchos silencios y quizá eso desespera si no comprendemos que así hay historias, en las que la ausencia de palabras paradójicamente hablan por sí solas y no necesitan de diálogos rimbombantes para marcar una reflexión en el espectador. La película no solo muestra las alegrías y pesadumbres de “Los terkos” y su adicción a las cumbias rebajadas, también nos descubre qué tanto negamos o nos puede molestar la presencia de personajes como “Ulises”, si en algún momento nos hemos burlado y discriminado al vecino o alguien de nuestra familia por defender su vestimenta, sus gustos, por no ser un triunfador más.
A la par la fotografía y escenas panorámicas de la película son espectaculares y aunque la cumbia rebajada quizá no sea de nuestro agrado, el soundtrack y el momento en el que aparecen las canciones son precisas y fungen como otro personaje.
Seguramente, al terminar de ver la película, tendrás curiosidad de saber más sobre la cultura regia “kolombiana” y además de encontrar bastante información, te darás cuenta que bailar cómo lo hace “Ulises” no cualquiera lo hace con esa soltura y pasión.